Bella imagen (autor/a desconocida) |
Pues sí,
surtido variado, porque este escrito va a tener variedad de temas. Así estoy,
sintiendo mi géminis solar plenamente.
Cuando una
se levanta por la mañana y se pone a cantar “Gracias a la vida” de Violeta Parra mientras decide que ya es hora de poner el edredón de invierno, además
acompañada de la influencia de la luna llena, y con el sangrado ya asomando por
mis partes sagradas, indica con alta probabilidad, que me siento feliz.
Inmensamente
agradecida por todo lo que he vivido, por todos los aprendizajes, los buenos y
los no tan buenos (incluso los espantosos…). Y es que vivir es un privilegio
del que no tomamos conciencia muy a menudo. Existen esos días, en los que te
levantas con una canción en tu corazón, y se te despierta ese recuerdo de lo
maravilloso que es vivir. De repente es como si se te revelase una verdad que
frecuentemente olvidamos, inmersos en nuestra peculiar y ocupada humanidad.
Y claro,
cuando ya te levantas por la mañana con esta actitud, no te extrañe si me pongo
a mirar a mis plantas esperando a que me hablen, a que me digan algo, a que me
revelen el misterio de su existencia vegetal. Porque ellas hablan.
Acostumbradas están a estar a mi lado cuando medito, hago sanaciones o diversos
rituales, y de vez en cuando percibo en mi cuerpo y en mi alma, ligeras corrientes
energéticas llenas de amor. Una energía que te acaricia como una pluma, como el
pelo de un conejo, y que a la vez transmite la fuerza de un ciervo en el bosque
y el trote de un lobo libre en el monte. Y me sumerjo en el mundo salvaje,
transformándome en planta y en animal yo también…
Mi cuerpo
venía reclamando ya hace meses que volviese a practicar yoga. Y mi alma
también… Maravilloso regalo me he hecho. El placer del yoga me sume en un
estado de paz y amor absolutamente divino. Aprovecho para hacer un minuto de
publicidad, y decir que agradezco profundamente y de corazón a mi maestra de
yoga, Mercé, del Centre Arrels por sus amorosas clases, en un espacio tan bello
y acogedor. El yoga aumenta mi nivel de amorosidad a niveles insoportables que
luego debo canalizar debidamente (bienvenido sea).
Precisamente
ayer adquirí un pequeño surtido de inciensos en Arrels, y que deleite para el
olfato… siempre me impresiona la capacidad que tiene este sentido para
transportarnos a lugares, provocar sensaciones, evocar recuerdos, e incluso
cambiar el estado de ánimo. Al menos a mí me pasa. Siempre me han dicho que soy
un poco perra (por el olfato, se entiende…). Me siento un poco Jean Baptiste
Grenouille, el protagonista del libro, y la película (maravillosos ambos), “El
perfume”. Eso sí, sólo por el olfato, no por sus actos en la búsqueda del
perfume perfecto.
Olfato y
tacto van unidos, cuando huelo algo agradable, se me activa también la
necesidad de tocar, acariciar o sentir algo en la piel también. Debe ser algo
animal… a lo que le sigue el gusto, con ganas de explorar algo delicioso en mi
paladar.
Y para no
dejar de lado a los otros dos sentidos: la vista y el oído, mencionar a la
adorable gatita que vive alrededor de nuestra comunidad. Verla desde la cocina
durmiendo en forma “ensaimada”, y escuchar su irresistible “miau” como llamada
al lanzamiento de alimentos, me provoca sentimientos prácticamente maternales.
La magia se “rompe” cuando una urraca (en ocasiones han sido dos) se dedican a
“jugar/molestar/hacer la vida imposible” (definido por mí misma como cat
bulling) con la sufrida gata. El espectáculo no tiene desperdicio. El riesgo
que asumen estas aves es admirable, pues increpan al felino con una intensidad
y proximidad que parece casi suicida. El por qué hacen esto las voladoras
blancas y negras, lo ignoro. Ignoro si protegen sus nidos, o sólo practican un
juego digno de adolescentes. Imposible no esbozar una sonrisa… animalitos…
Respecto a
ese “otro” sentido, el sexto dicen, es tal vez el más misterioso y porque no,
el más potente. Siento que en ese sexto sentido, en esa intuición, reside más
que un sentido. Yo diría un conjunto combinado de sentidos… infinitos…
profundos… sabios…
Por último,
escribir. Me gusta, me hace soltar y tomar conciencia, sin importarme si es de
calidad o no, si lo lee alguien o no. Escribo como me alimento, lo necesito. Casi
es inevitable cuando se ha sido (y se es) una lectora compulsiva, acabar
haciendo lo mismo al revés, es decir, escribir. Algo muy geminiano también, por
cierto, la comunicación.
Con sueños
de troncos de árboles con rostros, nubes con forma de ángel, pasteles de zanahoria,
niñas y niños corriendo en la naturaleza, olor a cervatillo y calorcillo del
fuego en una vela de color verde, os deseo un armonioso día y una vida próspera
y feliz (me siento navideña ya ?),
Eva
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