Imagen de Lindy Longhurst |
Con ese influjo lunar que me hechiza cada vez
que ella está oscura, se me revelan claramente tantas cosas de mi interior… ya
no se el propósito de estos escritos, pues los escribo como algo orgánico, como
si liberase cualquier otro fluido corporal (los escrupulosos me perdonarán),
como una necesidad. Y el hecho de mostrarlo y hacerlo público no sé si es puro exhibicionismo
del ego o una inocente ansía de revelar y mostrar quien y como soy, algo que se
afianza con los años. Benditos cumpleaños…
Después de disfrutar de las vacaciones, ese
derecho que deberíamos tener tod@s de un merecido descanso, para que de esta
manera surja el misterio del sentido de nuestra existencia, observo que a día
de hoy el período vacacional se convierte en un mero deambular de un lado para
otro a la búsqueda de lo que siento con pesar en el alma una invasión del
territorio. Me incluyo antes de nada en este particular viaje invasivo que se
produce específicamente con mayor densidad durante el mes de agosto, terrible
donde los haya en la difícil tarea de encontrar tranquilidad. Reconozco la leve
ironía del escrito… No es la invasividad en sí lo que molesta, sino sus
consecuencias. Lástima en el corazón, en el alma, en el útero, y en todas
partes de mi ser, al entrar en contacto con la naturaleza y sentir la
invasividad humana en toda su presencia: restos de “artilugios, cachivaches,
etc infinito…” esparcidos en medio de la tierra y de las aguas, consecuencia de
ese “pastoreo humano”. Terrible… Llegar a un lugar supuestamente declarado como
parque natural, o nacional (con el consecuente escalofrío que me produce la
palabra, pues la naturaleza no tiene fronteras ni naciones) y desembarcar en
algo bastante parecido a un parque temático en el que se señalan rutas bien
asfaltadas para que los usuarios puedan desplazarse tranquilamente con
sandalias de verano, ya me parece el colmo de los colmos. Y luego está el tema
estelar, el ruido… a ello volveré luego, como sentir personal. Y es que las
personas, al menos la mayoría, ejercemos la capacidad de hablar y gritar de
forma desmesurada, desmedida, en cualquier ámbito, hora y lugar. Ah… mi
búsqueda del ansiado silencio vacacional ha estado dificultoso en muchas
ocasiones. Huyendo de los recorridos señalados y emprendiendo rutas que exigían
mucho más esfuerzo físico, ha sido la clave para encontrar el anhelado sonido
del mugir de las vacas, el piar de los pájaros, el agua del río, el viento
entre las hojas…
De manera más personal, observo que este
sentir es más bien mío, pues me doy cuenta que a la mayoría no les afectan ni
los residuos ni las expresiones vocales. Mmm… mensajes internos que cada vez
afloran con más claridad. La maravilla de conectar con lo que se es, y
aceptarlo con amor. Sí, me gusta el silencio. Y entiéndase mi concepto de
silencio, pues la música (depende cual…) y los ruidos naturales, para mí son
silencio. Entonces, qué es el ruido ? El parloteo incesante, el grito
continuado al niño que no “obedece” (y cómo va a “obedecer” ante semejantes
alaridos), los móviles sonando una y otra vez, los gritos hacia vacas, cabras,
ovejas, caballos y resto de seres de cuatro patas para que se fijen en nuestra dimensión
humana… sería entrañable si se pudiese bajar el volumen…
Y en estos sentires, en estas revelaciones,
me viene otro aspecto, una vez más, el del tiempo. Lo que hacemos con él, tal
vez uno de los aspectos más sagrados de nuestra existencia. Y es que el tiempo
más que oro, es vida, nuestra vida. Amo pasar mi tiempo en silencio. Así es. Y
cada día más… o tal vez recupero algo que siempre he sido y ahora no me
avergüenza confesar por “miedo a parecer anti social” ?
Una vez más el equilibrio es necesario, hay
momentos en los que estar en comunidad, anhelados, buscados, deseados,
disfrutados. Y hay otros momentos, en mi caso, tal vez más que la media, en los
que impera la necesidad de la soledad, ese encuentro con una misma, ese
bienestar del disfrute único que me proporciona mi propia compañía (muchas
veces sintiendo también a mi lado a mi pareja, que me entiende y me respeta).
Por ello, y cada vez con más claridad, voy a manifestar, al más puro estilo
gatuno, que después de un tiempo en compañía humana, ya es hora de retirarme.
No te lo tomes como un desprecio o como cualquier otra cosa producto de la
mente humana, es tan sólo esa necesidad de pasar el tiempo con mi alma.
Mucho tiempo me he sentido “inquieta” ante
esta manera de ser, diferente, extraña. Ahora ya no, de hecho me pregunto
porque nos cuesta tanto a las personas estar solas. Qué miedos interiores
surgen ante la soledad, y sobre todo, el silencio ? Tal vez ninguno, y es mi
proyección personal. En la diversidad está la clave. Sí, en mi caso cuando es
la hora de acabar, es la hora de acabar. Me despido y me voy (aunque en algunas
situaciones no es tan fácil, aún me queda aprendizaje en esta tarea).
El cuerpo tiene un lenguaje propio, un
lenguaje que sintetiza y destila, en muchas ocasiones con más intensidad que la
palabra hablada (me atrevo a decir que la poesía se asemeja bastante al
lenguaje corporal). Un gesto, una mirada, una caricia, un “olfateo” dice mucho,
muchísimo. Personalmente, muchas veces me “pierdo” con la palabra, o más bien
con el exceso de palabra (cada un@ que defina cuál es el exceso). El cuerpo se
desconecta y aparece la mente, y cuando aparece la mente las cosas se me
complican, pues como persona con un fuerte componente “aéreo” por carta astral,
se produce el efecto “despegue inmediato a otro planeta” o bien el aturdimiento
por el discurso ajeno. Reclamar al cuerpo en esos momentos me ancla de nuevo en
tierra.
Se dice que tenemos la capacidad de aislarnos
del ruido y poder concentrarnos y encontrar la paz en medio de la vorágine. Me
parece muy bien, aunque en mi caso prefiero echar a andar y buscar el silencio
verdadero, como muchas veces hacen los perros cuando los humanos nos enzarzamos
en discusiones eternas. Animalillos, mis grandes maestros… y los amados
árboles, los poseedores de ese silencio solemne y sabio que al entrar en
contacto con nuestra alma hace que se revelen todos sus mensajes interiores. Una
de las experiencias más potentes de este verano ha sido el conectar con un gran
roble, entrando literalmente de lleno al meollo de mis asuntos. En tres minutos
este gran ser me ha desvelado la inmensidad de la vida, lo absurdo de la mente
y sus miedos, y me ha colocado de nuevo donde debía estar. Lo dicho, maestros.
L@s que hayáis llegado al final de este
escrito os felicito, y os agradezco el tiempo dedicado a ello. Si tanta
palabrería te ha aturdido, será perfectamente normal. Búscate un árbol, un
perro o un gato que acariciar, y regresa al cuerpo, húndete en la sabiduría
verdadera y en el placer de los sentidos.
Feliz regreso vacacional a tod@s (y si no has
disfrutado de las vacaciones, pues la palabra vacaciones me evoca algo
profundamente burgués, deseo que hayas disfrutado al menos de tu tiempo haciendo
lo que te haya dado la gana. Y si no has podido hacerlo, ya es hora de cambiar
este mundo en el que a muchos millones de personas no se les otorga algo tan
sagrado y tan divino como hacer con su tiempo lo que les plazca). Sí, me siento
“revolucionaria” también, con ganas de justicia y equilibrio para tod@s…
Carpe diem,
Eva
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